Por Fernando Famania Gastelum.
Columnista y Colaborador de Conexión360
Socio director de ifahto, agencia de comunicación integral
Óscar, no Oscar.
Por segundo año consecutivo, el Óscar se escribe con acento, pues Alejandro G. Iñárritu se lleva no sólo la estatuilla por mejor dirección, sino por mejor película y guión original. Los puristas del cine saben que estos reconocimientos hablan de que su producto es un acierto, desde su concepción hasta su estreno en festivales y corrida comercial.
Además de mencionar el orgullo que nos genera que un connacional triunfe en suelos extranjeros, también quiero mencionar algo que nos compete a las agencias que organizamos, creamos, producimos y operamos eventos como el Óscar. Y es que, para un evento televisivo transmitido en vivo a miles de millones de telespectadores en todo el mundo, es menester cuidar cada detalle.
La temática del Óscar siempre ha sido la misma, no necesita una propuesta conceptual, por sí sólo se sostiene (y así ha sido durante años), pero el formato… el formato es otra cosa. La fórmula del conductor popular y gracioso, que hace chistes a expensas de los invitados o celebridades, que critica a la propia falta de creatividad en su industria ya lo hemos visto antes.
Asimismo, las dinámicas como las predicciones encerradas en una caja de cristal, sumado a los sketches que, si bien arrancaron carcajadas, se sintieron como trabas que sólo consumían tiempo que bien pudo haber sido aprovechado en los discursos de los ganadores, en lugar de cortarlos (como siempre) con esa música incidental que gran parte de la audiencia no tolera.
Me es difícil entender que la Academia caiga año tras año en los mismos errores y no hayan encontrado alguna forma más eficiente de aprovechar casi 4 horas de transmisión, tanto para ofrecer un buen show televisivo que esté a la altura de las historias y producciones premiadas, además de honrar a quienes ganan un trofeo y tienen algo que decir.